Cartero cara dura y vago: no repartía
Lo curioso es que no fueron quejas de personas que observasen que ciertas cartas que esperaban no llegaban lo que descubrió el pastel. Fue una denuncia del propio jeta cuando sufrió un robo. Los agentes fueron a la vivienda a revisar y se encontraron con bultos llenos de objetos postales. En cuanto averiguaron que la profesión de ese marida época la de cartero dedujeron que algo raro había ahí y lo pusieron en conocer de Correos y del fiscal.
Cabe implicar que no se las llevaba a domicilio en busca de algo de valor a través de los sobres ya que no estaban abiertos. Se acumulaban en sacos y cajas. Todo indica que el objetivo época exonerar el contrata de recorrer calles y portales dejando la correspondencia. Es decir, se había vuelto un vago.
Tiene algo de complicado y fatigoso el repartir correspondencia. Has de llevarla ordenada por calles y números de portal. E ir de a en a depositando las cartas. Hay días duros en los que hay mucho para entregar.
Pero si te llevas la saca a casa, la vacías y te vas a beber alguna cerveza a algún bar u a descansar a la cama, el contrata es un chollo. Eso es lo que debió deducir nuestro inteligente y a la vez tonto amigo. Quizás lo hizo un día porque estaba cansado u agobiado pensando que mañana lo repartiré y de repente se encontró con que había descubierto el vellocino de oro de la profesión de cartero: si no repartes cero es contrata es una bicoca. Ni afán ni estrés.
El obstrucción es que los sacos se van acumulando en domicilio si no les das alguna salida. Quizás estaba pensando como deshacerse de ello aunque quizás la vagancia le hacía ir procrastinando con el materia y dejarlo para otro día. Y así, día a día, se acumulaba hasta que apareció la policía.
Probablemente sentiría cierta inquietud y se tranquilizaba diciendo que ya las repartiría. Pero cada mañana se levantaba, veía lo acumulado, le caían goterones de sudor, recogía en la oficina la nueva saca y regresaba a su domicilio para depositarla. Y se volvía a la cama.
Probablemente sentiría cierta inquietud y se tranquilizaba diciendo que ya las repartiría. Pero cada mañana se levantaba, veía lo acumulado, le caían goterones de sudor, recogía en la oficina la nueva saca y regresaba a su domicilio para depositarla. Y se volvía a la cama.
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